Vuelven a sonar las trompetas olímpicas en la villa de Madrid tras el fracaso de la candidatura de 2012 y, esta vez, inmersos en una crisis económica que ha colapsado el Ayuntamiento madrileño. Solo el Fondo Estatal de Inversión, 550 millones de euros aportados por el gobierno central, ha conseguido rescatar proyectos como la Operación Río o la remodelación del Paseo de Recoletos, aunque a costa de un nuevo olvido de las necesidades de los barrios de la periferia. Justificar una nueva inversión de la envergadura que supone la organización de unas Olimpiadas, tras declarar al Ayuntamiento en bancarrota, significaba para el alcalde una nueva jugada de trilero necesaria para que los grandes negocios paralizados por la crisis tuvieran una salida que había sido descartada tan solo dos años antes.
“Cuando algunos avisan del riesgo de que éste sea el siglo en el que las civilizaciones choquen –decía Alberto Ruiz Gallardón- cabe preguntarse si, a la vista del fracaso de tantos instrumentos ensayados, desde la diplomacia a la guerra, no podrá el olimpismo aportar algo de la capacidad de encuentro, diálogo y comprensión que los hombres no somos capaces de encontrar”. Sonroja tal cúmulo de palabrería huera para referirse a lo que no es sino un inmenso negocio y, en eso, Gallardón es un consumado maestro.
Fiel heredero de los primeros apologistas del capitalismo, los gobernantes del consistorio madrileño, auguran un sinfín de beneficios para los “madrileños” del evento olímpico: creación de empleo, infraestructuras, nuevas instalaciones deportivas y hasta el medioambiente de la ciudad saldría beneficiado. Todavía se desconoce el presupuesto final que conllevará la candidatura 2016, aunque sí que se sabe que el gobierno central aportará 15.435 millones de euros. A falta de conocer los números aportados por Comunidad y Ayuntamiento de Madrid, tan solo se puede hacer un análisis del proyecto de 2012 e intentar hacer una trasposición de datos al de 2016.
El proyecto previsto para la candidatura de 2012 tenía un coste previsto de 6.500 millones de euros y unos beneficios estimados hasta 2016 de más de 9.000 millones de euros. Básicamente el resultado económico de los juegos olímpicos sería un aumento de las infraestructuras y del turismo. Eso sólo significan dos cosas: trabajo temporal, que termina con el fin de las obras, y más empleo precario y mal pagado, como caracteriza a la hostelería, uno de los sectores con salarios más bajos.
Las infraestructuras deportivas se limitarían a ser útiles sólo para el deporte de élite, esa escuela de modernos “gladiadores” al servicio del marketing, y en mayor provecho de las empresas del negocio deportivo. En realidad, el consistorio está privatizando las dotaciones municipales deportivas, ya de por sí insuficientes, con lo que demuestra que no le importa nada el deporte de base. Y, finalmente, todos los recursos enterrados en este proyecto dejarían de estar disponibles para atender las necesidades sociales.
En realidad, si había 6.500 millones de euros para invertir en el proyecto olímpico, la mayoría de los cuales provendrán de las arcas públicas, ¿podemos aceptar que esa sea la prioridad? Gallardón ya dejó claro cuáles son las suyas en la primera legislatura con la inversión de 4.800 millones de euros en el soterramiento de la M-30, cinco veces más del total de gasto social municipal en esos cuatro años. No cuesta mucho imaginar qué cambio hubiera podido sufrir Madrid si toda esta ingente cantidad de recursos se hubiera invertido en escuelas infantiles, residencias para la tercera edad, centros de día, centros culturales, vivienda de protección pública, en desarrollar de forma integral el transporte público, en infraestructura sanitaria en convenio con la Comunidad…
Eso sí hubiera supuesto un drástico reequilibrio social de Madrid, generador de servicios sociales y empleos estables y de calidad, dando lugar a un trasvase de renta de la minoría ultra rica de nuestra ciudad a la mayoría que sufre grandes dificultades para llegar a fin de mes. Y ahí está el problema, que a pesar de la palabrería sobre los “madrileños” no todos somos iguales. La derecha, con Gallardón al frente, no ha dudado en condenar a Madrid a un auténtico subdesarrollo social, para que las grandes empresas sigan aumentando sus cuentas de beneficios a costa del erario público.
¿Y qué suponía el proyecto olímpico en la práctica? La continuación de la política de la M-30, por otros medios. Una nueva coartada para que las administraciones públicas gastasen otra fortuna en beneficio fundamentalmente de las grandes empresas. Basta ver cuáles eran los principales “patrocinadores preferentes” del evento: Acciona, Ferrovial, FCC, Dragados, Sacyr Vallermoso, Isolux-Corsan Corviam… además del Corte Inglés, Repsol, Caja Madrid… No tenemos ninguna duda de que todas estas empresas, ahora que ha terminado el auge inmobiliario, estarán urgiendo a Gallardón para que saque adelante un nuevo plan de infraestructuras a cuenta de Madrid 2016.
En realidad, la candidatura olímpica nos es más que una elegante y deportiva versión de la teoría del “trickle down”, que defiende que si crecen las ganancias de los más ricos esta riqueza acaba alcanzando al conjunto de la sociedad. Pero la única consecuencia de estas políticas es un ciudad cada vez más desigual.
Igual que los liberales británicos decimonónicos presentaban al capital y al libre cambio como lo más conveniente para la sociedad, cuando en realidad, era lo más beneficioso para ellos, el PP y Gallardón presentan el proyecto olímpico como lo más provechoso para los “madrileños”, cuando, en realidad, es extraordinariamente rentable para una minoría a costa de la mayoría. Más valdría que no olvidáramos que en el mundo todavía hay clases.
Claro, que el alcalde no tendría tan fácil realizar este ejercicio de hipnosis de masas si, en lugar respaldar su proyecto olimpista, la izquierda desenmascarara los intereses reales de su política. Mientras en los barrios de Madrid las asociaciones de vecinos tienen que luchar a diario contra las infinitas carencias sociales, las direcciones de IU y PSOE respaldan parte de la política faraónica de Gallardón. Pero no se puede tener todo, obra faraónica y atender las necesidades sociales… y menos ahora que vienen las vacas flacas.
viernes, 6 de febrero de 2009
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